Mi profe de Lengua me había dicho que tenía que acudir al aula de música el viernes 21 de abril, justo después del primer recreo. He de reconocer que iba algo nervioso y sin saber qué podría suceder. A las 10:50 sonó el timbre, se abrieron las puertas de par en par y entré. Me senté en una de las primeras sillas que habían preparado para “el acto”–decían. Algunos traían claveles blancos y rojos y los sostenían, orgullosos de formar parte de una procesión literaria, sin saber a quién veneraban; otros se iban colocando, y miraban expectantes sin esperar nada. De repente, apareció un coro de chicos y chicas con carpetas azules y se puso a cantar una vieja canción televisiva: “Todo está en los libros”, que todos aplaudimos con repentina ilusión. Yo seguía algo inquieto, oteando a mi alrededor, más pendiente de mis palpitaciones que de lo que allí acontecía. Apagaron las luces, bajaron las persianas, y una alumna con una dulce voz empezó a contar un cuento infantil de unos animalitos que deseaban alcanzar la luna para ver cómo sabía, y me vino a la memoria uno de aquellos relatos que mi abuelo Aurelio me contaba de pequeño en mi pueblo, sentados bajo la sombra de una higuera en aquellos días de verano, antes de hacer mi primera comunión: fábula o cuento, ya no lo sé, pero sus palabras me sonaban a paz, a limonada y a siesta.
Se volvieron a encender las luces, habló el director, habló Paco, uno de los profes de Lengua, y se atrevió a decir que la literatura era una cosa inútil en la vida, pero ya comprendí que su intención era provocarnos, pues sin ella todo sería más soso, más triste, más estúpido… Después, otro profe, Leandro, nos puso todavía más nerviosos, y nos empezábamos a remover en los asientos: ¡¡¡iban a decir los nombres de los ganadores del concurso!!! “Tierra, trágame” –dije yo para mis adentros- si tuviera que salir delante de todos a recoger el premio y, encima, a leer mi propio relato, me moriría de vergüenza. Yo ya no era dueño de mí, entre emocionado y cardíaco, iban nombrando a los ganadores, y entre aplausos y vítores, desfilaban por el atril de lectura. Me relajé, por un momento, en el instante en que sonaron las flautas al compás de la sabia mano de la profe de música, Paloma. Siguieron saliendo otros compañeros premiados, algunos aturdidos, pero todos orgullosos, y creo que, en el fondo, felices e ilusionados, al recibir la ovación y el cariño de los que allí estábamos.
Finalmente, me dejé llevar por la suave melodía de un trío musical que cerraba “el acto”, y pensé: el año que viene volveré a estar aquí.
Departamentos de: Lengua castellana y Literatura, Música, Artes Plásticas, Jardinería y Arreglos florales y SSC.